Testimonio de Isis Pontón Sedeño: víctimas y sobreviviente de violencia vicaria
- Jennifer Seifert
- hace 5 días
- 2 Min. de lectura
Me llamo Isis Pontón Sedeño y decidí alzar la voz, porque el silencio ya no es una opción. Durante años he enfrentado una de las formas más crueles y dolorosas de violencia de género: la violencia vicaria, esa que utiliza a los hijos como instrumentos de castigo hacia las madres, arrebatándoles no solo el derecho a criar y acompañar, sino también el derecho a vivir con dignidad.
Mi historia no es única, pero sí profundamente personal. Soy madre y, como tantas otras mujeres en México, he tenido que luchar contra un sistema que, en lugar de protegernos, muchas veces perpetúa la injusticia. A través de procesos legales interminables, obstáculos institucionales y un camino lleno de desgaste emocional, he enfrentado el despojo más devastador que puede vivir una madre: la separación forzada de sus hijos.
En este blog no busco compasión, sino conciencia y acompañamiento. Quiero narrar, paso a paso, cómo la violencia vicaria ha marcado mi vida, cómo ha trastocado mis días, y también cómo me ha dado fuerza para resistir y no rendirme. Escribir estas líneas es un acto de
sanación, pero también de resistencia: porque contar mi historia es una manera de arrebatarle poder al silencio y darle voz a tantas mujeres que, como yo, han sido invisibilizadas.
Hablar de violencia vicaria es hablar de la herida que deja en los hijos, de las noches de insomnio, de los juicios plagados de tecnicismos que olvidan lo humano, y del dolor de ver cómo el vínculo más puro y natural —el de madre e hijos— se convierte en campo de batalla. Pero también es hablar de la valentía, de la esperanza que se sostiene en cada amanecer, y de la certeza de que la verdad, aunque tarde, tiene que abrirse camino.
Este espacio nace con la intención de documentar mi lucha: los obstáculos, los aprendizajes, los pequeños triunfos, y también las derrotas que me han enseñado a levantarme una y otra vez. Quiero que este blog sea testimonio, pero también semilla; un lugar donde otras mujeres puedan reconocerse, donde comprendamos que no estamos solas y que, al compartir nuestras historias, podemos tejer redes de apoyo y exigir justicia.
No pretendo maquillar el dolor ni suavizar la crudeza de esta experiencia. Lo contaré tal como lo he vivido: con la voz quebrada algunas veces, con coraje otras, y siempre con amor, porque son mis hijos el motor que me impulsa a seguir.
Al poner por escrito este recorrido, quiero que quede claro: la violencia vicaria existe, destruye vidas, pero no puede destruir la voluntad de una madre de luchar por sus hijos. Esta es mi historia, y al mismo tiempo, es la historia de muchas.

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